“Tiempo de ser padres”

Lee Para el Estudio: Génesis 18:11Jeremías  31:25Mateo 11:28Salmo 127Proverbios 22:61 Samuel 3:10-14Filipenses 3:13.

Para Memorizar: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Sal. 127:3).

Los nacimientos son un acontecimiento tan común y normal que no siempre apreciamos plenamente lo maravillosos que son. Imagina lo que  Eva debió haber sentido al tener al bebé Caín en sus brazos. Los cambios  que experimentó en su vientre en crecimiento durante esos meses, el dolor insoportable del parto, y luego ver a este niñito; tan parecido a ellos, pero tan indefenso. ¡Qué experiencia debió haber sido para Sara (que con noventa años hacía mucho ya había dejado atrás su edad fértil) contemplar el rostro de su propio hijo, Isaac! Debió de haberse reído cada vez que pronunciaba su nombre. Después de orar por un hijo por quién sabe cuánto tiempo, Ana tomó a Samuel y dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí” (1 Sam. 1:27). El milagro en el corazón de María, todavía una jovencita, abrazando a su hijo, el Hijo de Dios, con una mezcla de asombro y miedo.

Al mismo tiempo, no todos tienen el privilegio de ser padres, y la responsabilidad que esto conlleva. Analizaremos la etapa de la crianza de los hijos con sus desafíos, miedos, satisfacciones y alegrías.

“Deben tomar tiempo para conversar y orar con sus pequeñuelos, y no permitir que cosa alguna interrumpa esos momentos de comunión con Dios y con sus hijos. Pueden decir a sus visitantes: ‘Dios me ha dado una obra que hacer, y no tengo tiempo para charlar’. Deben considerar que tienen una obra que hacer para este tiempo y para la eternidad. Su primer deber es hacia sus hijos” (HC 241).

“Padres, debéis principiar vuestra primera lección de disciplina cuando vuestros hijos son aún niños mamantes en vuestros brazos. Enseñadles a conformar su voluntad a la vuestra. Esto puede hacerse con serenidad   y firmeza. Los padres deben ejercer un dominio perfecto sobre su propio genio, y con mansedumbre, aunque con firmeza, doblegar la voluntad del niño hasta que no espere otra cosa sino el deber de ceder a sus deseos. […]

“Los padres no empiezan a tiempo, no subyugan la primera manifestación del mal genio del niño, y este nutre una terquedad que aumentará con el crecimiento y se fortalecerá a medida que él mismo adquiera fuerza” (TI 1:200).

 


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