“Tiempo de perder”

Hay algunas etapas de la vida familiar que desearíamos que nunca hubiésemos tenido que pasar. Algunas son inevitables, aunque muy dolorosas, como la eventual pérdida de la salud y la vida. Hay otras que nunca imaginamos que fuesen posibles. ¿A quién se le hubiese ocurrido pensar que el día de nuestra boda, de pie ante amigos y familiares, también podía ser el comienzo del adulterio, la adicción o la violencia doméstica? Pero ocurre todo el tiempo. La lección de esta semana reflexiona sobre algunas de las realidades más aleccionadoras de la vida familiar a las que nos veremos expuestos, y las aborda utilizando consejos bíblicos y cristianos.

No cabe duda de que el Señor se preocupa por nuestra salud física y por nuestro bienestar. Cuando sufrimos, él sufre: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isa. 53:4). Si alguna vez pensamos que, cuando el Mesías vino al mundo, podría haber tenido responsabilidades más apremiantes que dedicarse a sanar a la gente, nos equivocamos. Eso es exactamente lo que hizo la mayor parte del tiempo. Podemos suponer que su corazón no ha cambiado en ese sentido. Por lo tanto, su preocupación y cuidado constantes por los enfermos deben marcar para siempre el ministerio de quienes adoptan su nombre.

“¡Confié en ti!” El tono en el que se leen esas palabras revela la realidad de que a menudo se pronuncian después de graves hechos de traición. Jesús mismo sabe lo que es ser traicionado (Luc. 22:48) y puede identificarse con todos aquellos que han perdido la confianza. Incluso sus palabras sobre el adulterio (Mat. 5:28), aunque a menudo se leen a la luz de la santidad personal, pueden considerarse un intento de preservar el compromiso conyugal al evitar en el corazón lo que la ley condena en el cuerpo.


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