Servicio | Consagrarnos por completo a Dios

Aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó. 2 Reyes 13:21.

Los muchachos miraban desde la margen oriental del río Jordán, porque algo sobrenatural estaba por suceder. Y sucedió. El profeta Eliseo, golpeó el río con el manto de Elías, dijo, “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?”, y las aguas se detuvieron. Presa de asombro, los muchachos dijeron: “El espíritu de Elías reposó sobre Eliseo. Y vinieron a recibirle, y se postraron delante de él” (2 Rey. 2:14, 15).

Ese manto representaba el ministerio profético que ahora acreditaba a Eliseo como legítimo sucesor del vidente trasladado al cielo. No era la ropa de Eliseo; esa ropa estaba rota, como muestra de renuncia a la conducción humana (2 Rey. 2:12); era el manto de Elías, el manto del poder delegado por Dios, como la vara de Aarón que reverdeció y dio flores almendras en el Santuario (ver Núm. 17:8).

El manto era la señal visible de que la doble porción del Espíritu solicitada ya estaba operando en él. Ese mismo manto le había arrojado Elías diez años antes, cuando conducía una yunta en Abel-mehola. Ese manto valió el sacrificio de los bueyes en adoración a Jehová, y el arado como leña del holocausto, porque el descenso de ese manto sobre sus espaldas era el llamamiento para servir a Jehová.

Con el poder del Espíritu, Eliseo consolidó las reformas de Elías, fortaleció el sistema de culto a Jehová, capacitó al cuerpo docente, realizó milagros de sanidad y de provisión. Con la herencia espiritual de Elías, Eliseo fue capaz de poner y quitar reyes y profetas, de resucitar muertos en vida y aun desde el sepulcro. “Aconteció que al sepultar unos a un hombre, súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies” (2 Rey. 13:21).

Dios quiere darnos a ti ya mí la herencia de Elías pero, como Eliseo, primero tenemos que “matar nuestros bueyes” (renunciar a nuestra voluntad), “quemar nuestro arado” (consagrarnos por completo a Dios), y “rasgar nuestras ropas” (despojarnos de nuestra justicia humana para obtener la divina). Entonces no será el manto de Elías sino el de Jesucristo el que descenderá sobre nosotros, y nos dará poder para vivir en santidad y servir hasta el sacrificio.


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