Redentor

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Isaías 53:7.

A la edad de 33 años Jesús fue condenado a muerte. Pero antes de sufrir los clavos, Jesús fue azotado con tanta severidad que el látigo lo hizo sangrar. Lo golpearon tan brutalmente que su rostro estaba desfigurado, y la corona de espinas le desgarró el cuero cabelludo. Después debió llevar cuesta arriba el madero donde sus brazos serían clavados, mientras la gente le escupía el rostro y lo insultaba. Luego fue crucificado.

De la muerte de cruz. Cicerón, el orador latino dijo que era “cruel y horrible”, y Tácito dijo que era una muerte “indescriptible”. Cada clavo medía de seis a ocho pulgadas. A Jesús se los clavaron en las muñecas, y no en las palmas de las manos, porque hay un tendón en la muñeca que se extiende hasta el hombro. Cuando los clavos eran martillados en la muñeca, atravesaban el tendón y lo rompían, lo que obligaba a Jesús a utilizar los músculos de la espalda para sostenerse y así poder respirar. Sus dos pies fueron clavados juntos, uno encima del otro. Por esto, se vio obligado a sostener todo su cuerpo sobre un solo clavo. Jesús no podía sostenerse solo con sus piernas a causa del dolor, por lo que arqueaba la espalda y luego usaba las piernas alternadamente, solo para seguir respirando.

Jesús soportó esta tortura durante seis horas.

Podemos visualizar las heridas en sus manos, en sus pies y en su cabeza, pero, ¿en verdad comprendemos que todas esas heridas fueron hechas en el cuerpo vivo de Jesús? Él soportó esto con tal de abrirnos las puertas del cielo, adoptarnos en la familia de su Padre, y concedernos la vida eterna. Aceptemos otra vez el sacrificio de Jesús, y vivamos para alabarlo.


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