¿Que nos dice Éxodo 20:3?

No tendrás dioses ajenos delante de mí. Éxodo 20:3.

 

El 23 de febrero de 155 d.C., el anciano Policarpo, pastor de la iglesia de Esmirna, fue juzgado en público a causa de su fe. El procónsul Stazio Quadrato lo urgía a negar a Cristo.

—Ten piedad de tu avanzada edad. Jura por el bien del César. Repite conmigo: “Quítense los ateos” (los cristianos).

Policarpo dijo:

—¡Quítense esos ateos! —y señaló a los paganos presentes.

—Jura y te soltaré. Renuncia a Cristo —insistió el procónsul.

—Ochenta y seis años le he servido y nunca me ha defraudado. ¿Cómo puedo blasfemar a mi Rey, quien me ha salvado?

—¡Tengo fieras, y te expondré a ellas si no te arrepientes! —gritó el procónsul.

—Tráelas —dijo el mártir.

—Suavizaré tu espíritu con fuego —amenazó el romano.

—Me amenazas —respondió Policarpo— con el fuego que quema solo por un momento, pero olvidas el fuego del juicio final, reservado para los impíos.

Policarpo fue condenado a muerte. Entregó la vida satisfecho por contarse entre los mártires.

Policarpo se negó a venerar al César romano, porque amaba a Dios. Y porque el verdadero Dios prohíbe creer en los falsos. Así lo dice el primero de los Diez Mandamientos: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxo. 20:3). El Dios creador es la única deidad, y sus criaturas le deben lealtad.

No se necesitan más dioses. El Único lo es por su existencia eterna, por su poder y por su sabiduría. Creó el universo al instante y de la nada, tan solo con decirlo: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca” (Sal. 33:6). Luego hizo al hombre: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gén. 1:26).

Con la intensidad de Policarpo amemos al Dios que nunca nos ha defraudado, defendámoslo con la misma firmeza, consideremos el martirio como el mayor privilegio que se nos ofrece.


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