¿No es un mal pensamiento proponernos comer lo que sabemos que es perjudicial para la salud?

Cuando los discípulos le preguntaron aparte qué quiso decir al afirmar que “no lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre” (vers. 10, 11), 

Jesús les explicó que la contaminación se producía primero en la mente, antes de realizarse la acción. Por eso, señaló como fundamental y primera causa de la contaminación los “malos pensamientos” que salen del corazón (vers. 19).

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Dios nos señaló en su amor cuáles eran los animales impropios como alimento (Lev. 11). Nos dio un buen número de leyes higiénicas para preservarnos con salud, y nos explicó que si las obedecíamos “ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios, te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (Exo. 15: 26). Nos advirtió de los males del alcohol (Prov. 20: 1; 23: 29-32; 31: 4, 5). Nos enseñó que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo “comprados por precio”, aclarando que “si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Cor. 6: 19, 20; 3: 16, 17). Hoy la ciencia médica aprueba todo eso y felizmente nos advierte de otros males que aparecieron después de los profetas y apóstoles, pero que destruyen definidamente la salud, como el tabaquismo, las bebidas estimulantes y las drogas.

Hoy sabemos con certeza que las enfermedades que cobran más tributo en muertes prematuras, son las provocadas por una equivocada manera de alimentarnos: comidas impropias, bebidas alcohólicas, tabaco, bebidas estimulantes, drogas, etc. Todo esto está entre las causas principales de las enfermedades evitables, pero que sólo pueden ser provocadas por “los malos pensamientos” que nos inducen a usar lo que no conviene.


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