La historia de las naciones nos habla a nosotros hoy

Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dan. 2:21).

En Daniel 5, la Palabra de Dios nos da un ejemplo poderoso de la arrogancia humana que termina de una manera asombrosa y dramática.
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Aunque se podría decir que a Nabucodonosor le llevó mucho tiempo aprender la lección, al menos la aprendió. Su nieto, Belsasar, no. Al usar los vasos del Templo en una orgía palaciega, Belsasar los profana. Ese acto de profanación equivale no solo a desafiar a Dios sino a atacar a Dios mismo. De este modo, Belsasar llena la copa de sus iniquidades al actuar de forma semejante al cuerno pequeño (ver Dan. 8), que atacó los pilares del Santuario de Dios. Al eliminar el dominio de Belsasar, Dios prefigura lo que logrará contra los enemigos de su pueblo en los últimos días. 


Los acontecimientos narrados en Daniel 5 tuvieron lugar en 539 a.C., la noche en que Babilonia
cayó ante el ejército medopersa. Aquí ocurre la transición del oro a la plata predicha en Daniel 2. Una vez más, resulta evidente que Dios gobierna en blos asuntos del mundo.

“La historia de las naciones nos habla a nosotros hoy. Dios asignó a cada nación e individuo un lugar en su gran plan. Hoy los hombres y las naciones son probados por la plomada que está en la mano de aquel que no comete error. Por su propia elección, cada uno decide su destino, y Dios lo rige todo para cumplir sus propósitos” (PR 393).

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