Dios te llama hoy a ti, porque sabe que serás feliz en su familia. | Conversión

Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Isaías 55:8.

Era el perfecto fariseo. Ayunaba cada semana y oraba sin cesar, diezmaba rigurosamente cada ganancia y llevaba siempre apretadas las mandíbulas para no pecar. Despreciaba a griegos y romanos, menospreciaba a los samaritanos, y eludía a las mujeres, los pastores y los publicanos.

Aunque nació en Tarso de Cilicia y era ciudadano romano, provenía de la tribu de Benjamín. Educado a los pies de Gamaliel, rabino eminente, sabio y tolerante, era versado en la Ley y en el Talmud, obra que contenía las discusiones rabínicas, las leyes, las tradiciones, las costumbres, leyendas e historias judías. Además, era culto, tenía prestigio, una posición acomodada y la ciudadanía romana.

Pero cuando el cristianismo surgió entre el judaísmo, Saulo de Tarso, fariseo de fariseos, sintió celos. Esa secta herética que proclama la resurrección de un falso Mesías vilmente ejecutado, que menosprecia el Templo y las instituciones judías, debe ser exterminada -pensó el fariseo. Y se puso en movimiento. Cuando en el año 34 d.C. el Sanedrín ejecutó al diácono Esteban, él ayudó a los lapidarios, y cuando los cristianos huyeron de Israel, fue en su persecución (Hech. 7:58; 8:1-3).

El cristianismo no era una amenaza para la fe judía. El judaísmo era el embrión del cristianismo, el evangelio de Jesús en tipos y figuras. Cristo no había fundado una nueva religión; solo había cumplido lo que los profetas habían dicho del Redentor. Los hebreos tropezaron con la Roca de los siglos. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).

Saulo fue uno de los que no le recibieron, pero Jesús tenía buenos planes para él, y lo llamó. Primero lo tumbó del caballo y del pedestal del orgullo. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hech. 9:4-6).

Dios te llama hoy a ti, porque sabe que serás feliz en su familia y útil en su reino.


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