“Cuando surgen los conflictos”

 “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 6:2728).

 

Una de las tareas más difíciles de cualquier comunidad cristiana es conservar la unidad cuando surgen diferencias de opinión sobre cuestiones relacionadas con la identidad y la misión de la iglesia. Estas diferencias pueden llevar a consecuencias devastadoras.

Las comunidades cristianas actuales no son distintas de las que vemos en el Nuevo Testamento. Todos somos seres humanos, y surgirán diferencias, incluso sobre temas importantes. Los cristianos primitivos enfrentaron algunos conflictos derivados de aparentes prejuicios interpersonales y de serias diferencias de interpretación de historias y prácticas clave del Antiguo Testamento. Estos conflictos podrían haber destruido a la iglesia en sus inicios si no hubiera sido por los apóstoles y los dirigentes sensatos, que buscaron la conducción del Espíritu Santo y las Escrituras para resolver estas tensiones.

Analicemos de qué manera la iglesia primitiva resolvió los conflictos internos que amenazaban con socavar su unidad y amenazaban su supervivencia. ¿Cuáles fueron estos conflictos, cómo se resolvieron y qué podemos aprender hoy de esas experiencias?

“Un investigador de la verdad” y “Judíos y gentiles”, Los hechos de los apóstoles, pp. 107-115 y 153-163, respectivamente.
“El concilio que decidió́ este caso estaba compuesto por los apóstoles y los maestros que se habían destacado en levantar iglesias cristianas judías y gentiles, con delegados escogidos de diversos lugares. Estaban presentes los ancianos de Jerusalén y los diputados de Antioquía, y estaban representadas las iglesias de más influencia. El concilio procedió́ de acuerdo con los dictados de un juicio iluminado, y con la dignidad de una iglesia establecida por la voluntad divina. Como resultado de sus deliberaciones, todos vieron que Dios mismo había resuelto la cuestión en disputa concediendo a los gentiles el Espíritu Santo; y comprendieron que a ellos les correspondía seguir la dirección del Espíritu.
“Todo el cuerpo de cristianos no fue llamado a votar sobre el asunto. Los ‘apóstoles y ancianos’, hombres de influencia y juicio, redactaron y promulgaron el decreto, que fue luego aceptado generalmente por las iglesias cristianas. No todos, sin embargo, estaban satisfechos con la decisión; había un bando de hermanos ambiciosos y confiados en sí mismos que estaban en desacuerdo con ella. Estos hombres estaban decididos a ocuparse en la obra bajo su propia responsabilidad. Se tomaban la libertad de murmurar y hallar faltas, de proponer nuevos planes y tratar de derribar la obra de los hombres a quienes Dios había escogido para que enseñaran el mensaje evangélico. Desde el principio la iglesia ha tenido que afrontar tales obstáculos, y tendrá que hacerlo hasta el fin del siglo” (HAp 159, 160).

 

 

 


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