Heroísmo | “SAÚL MATÓ A SUS MILES, ¡PERO DAVID, A SUS DIEZ MILES!” |

Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Salmo 57:1.

En los tiempos en que Homero escribía las aventuras y desventuras de griegos y troyanos, Saúl y David peleaban su propia guerra en los campos de Judá.

La estrella de David comenzó a brillar cuando derribó al gigante Goliat con una piedra y lo remató con su propia espada, mientras el gigante Saúl temblaba de miedo. Pero el pueblo se excedió en los festejos. Era esa la hazaña más grandiosa en cuatro siglos de guerra con los filisteos, y la celebró con cruda sinceridad. “Saúl mató a sus miles, ¡pero David, a sus diez miles!” (1 Sam. 18:7, NVI).

La envidia y el celo prendieron en Saúl.

Que las mujeres de Israel saltaran a la calle pandero en mano para gritar que un pastorcillo era diez veces más hombre que él, era un insulto. Y no le dolía porque fuera una exageración, sino porque era cierto. Ese imberbe mozalbete no era más que un ocasional músico de la corte, un advenedizo que ni a soldado raso llegaba, un pastorcillo que apestaba a majada, un inventor de salterios, un mandadero del viejo Isaí, un, un…, claro que él aceptó ocultarse a la sombra de David cuando Goliat ladraba, pero ahora ya no.

Saúl había ofrecido a su hija Merab como trofeo al vencedor de Goliat, pero no se la dio a David. Al contrario, hizo a David jefe de un batallón de mil hombres, y le encomendó misiones arriesgadas para que los filisteos lo mataran. Pero David hilvanaba victorias y alabanzas. Tenía con Jehová un pacto de fidelidad y protección.

David asombra por sus dotes. Era poeta, músico e inventor de instrumentos musicales. Era valeroso y arrojado, tenía sangre fría y una puntería certera. A pesar de todas esas virtudes y destrezas, era humilde, discreto y consagrado a Dios. Y por si fuera poco, tenía atractivo físico. “Era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer» (1 Sam. 16:12).

Lo más valioso de David es que no se envaneció a pesar de tantas dotes. Vivió para Dios, peleó por el prestigio de Dios, y cuando venció le tributó alabanza.


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